Copa Libertadores: Boca 2 – Palmeiras 0

Un Boca que ya era mejor en ese segundo tiempo que se iba en cero, pero que no podía con el planteo de Scolari. El arquero de Palmeiras le había sacado un tiro libre de manual a Olaza cuando el Pipa entró en acción para un triunfo tremendo para el equipo de los mellizos.
En estas instancias de la Copa hay que arremangarse y meterse en el barro. No alcanza con jugar. Se necesita sangre, sacrificio, que todos y cada uno de los que salen a la cancha dejen la piel en cada pelota. Desde ahí se entiende que Guillermo haya puesto a Nández, Barrios y Pablo Pérez en el medio. Precisaba un mediocampo batallador que ayudara a los del fondo a que el arco propio terminara en cero. A que no le pasara lo que a River con Gremio ante un Palmeiras que llegó a la Bombonera con el mismo libreto que los de Porto Alegre.
Felipe Melo y el paraguayo Gustavo Gómez -muy insultado por los hinchas de Boca- fueron los abanderados de la resistencia del equipo brasileño, que aguantó hasta que entró Benedetto.
Lo del Pipa fue un cuento. Uno glorioso. Por cómo se dio y también por lo que implicó. Porque fue él quien le dio el triunfo a Boca. Él y nadie más que él, que en cinco minutos hizo lo que Wanchope no había podido hacer en todo el partido. Su cabezazo, cruzado, de pique al piso, letal, abrió el camino, y después frotó la lámpara.
La pisada con la que empezó a gestar el segundo gol fue de antología. Y el remate, seco, brutal, al pedo derecho del arquero, un golpe de KO para Palmeiras, que de repente se encontró dos goles abajo y con la serie en peligro.
Boca irá a San Pablo con un 2-0 que es un resultado inmenso por cómo se dio el trámite, por aquello del gol de visitante y porque lo que está en juego es demasiado. Todo, absolutamente todo, gracias al Pipa de América.