Independiente es campeón. Así. Tres palabras. Toda la realidad en una línea. Eso: que los Rojos, después de siete años, volvieron a celebrar un título. Se consagró en el Maracaná, un lugar reservado sólo para gigantes, al empatar 1-1 (3-2 en el global) con Flamengo. Fue la muestra de coraje y fútbol más extraordinaria que se recuerde en el último tiempo. Ariel Holan, en un año, construyó un equipo que jamás será olvidado. Independiente, una institución que venía de superar la época más oscura, se terminó de despertar: anoche, ante más de 80 mil personas, levantó la Copa Sudamericana y alcanzó su título internacional número 17. El año que viene jugará Copa Libertadores, la Recopa Sudamericana (ante Gremio) y la Suruga Bank.
No hay final que no sea épica en el Maracaná. Es como si hubiera una obligación moral. Flamengo, que había festejado antes de tiempo, se llevó un chasco memorable ante su gente. Un grupo de jugadores sin estrellas pero atrevidos, con predisposición al trabajo, fue conducido a lo más alto por un líder austero que ya se ganó un lugar entre los mejores. Ya todos los sabían: el Rojo, desde su llegada, dio uno de los pasos más grandes de los últimos 25 años.
Este Independiente había enamorado a su gente antes del título. Holan lo dijo en la previa: «La mística ya está recuperada». Lo que acunó nuevamente anoche fue la gloria y la perspectiva. Porque los Rojos, con esto, volverán a mirar desde arriba a cada rival con el que se crucen.
La manera en la que Independiente llegó al título es lo que hace a esta consagración distinta a otras. Holan despertó el talento en futbolistas que lo tenían escondido y le dio lugar a los chicos de las inferiores que respondieron a un nivel altísimo. La cantera es una de las joyas que esta entidad. Esta vuelta olímpica huele a un despertar definitivo. El camino está marcado: la institución de Avellaneda puede, en un corto plazo, recuperar su lugar en el mundo.
«Nos falta un título para que Independiente se termine de levantar», decía Tagliafico, el gran capitán, hace dos meses. La Copa Sudamericana es la coronación de un año de trabajo meticuloso diagramado por un entrenador que en su llegada fue muy castigado.
El último escalón fue el más duro de todos. Independiente, en el Maracaná, tenía que cuidar una diferencia estrecha. El entrenador rompió los pronósticos en cuanto a los titulares. La posibilidad más firme en la previa pasaba por armar una línea de cinco defensores que le permitiera cuidar más su territorio. Pero Holan es Holan y pensó en atacar. Sabía que esa era la manera de complicarlo a Flamengo.
Fue imposible desconectar la presión del ambiente. Por eso los Rojos lo primero que buscaron fue sentirse seguros, ganar confianza. Flamengo, que necesitaba marcar un gol temprano para liberarse de las tensiones del resultado, mandó señales después de los diez primeros minutos. Poco antes del cuarto de hora Everton tuvo en sus pies una de las situaciones más claras de la noche: recibió una asistencia filtrada, quedó de frente a Martín Campaña, pero definió a las manos del arquero.
Independiente se dio cuenta de que los brasileños no iban a volver a fallar. El equipo de Holan, de a poco, se repuso y encontró los hilos del juego. Acudió a su esencia. Creció con lentitud y se animó a manejar la pelota en zonas calientes. Hacía transcurrir el tiempo. Gigliotti, a todo esto, aguantaba bien la pelota para darle descanso a sus compañeros. A los 28 minutos, una conexión entre Tagliafico y Meza, le hacía creer al Rojo que estaba para más. Pero en el mejor momento de la visita llegó una pelota parada, justamente lo que Holan no quería, que abrió el marcador. Luego de la ejecución, Lucas Paquetá, uno de los mejores de la noche, capturó la pelota adentro del área y la empujó para poner el 1 a 0.
A partir de ahí el aliento de Flamengo fue más ensordecedor que nunca. Los jugadores se hablaban a dos metros y no podían escucharse. Fue como estar abajo del agua. Aturdidos, ante un contexto complejo, los Rojos se levantaron. Y si en el fútbol el oportunismo es clave, Independiente dio en la tecla al empatar antes de que terminara el primer tiempo. Ezequiel Barco, a los 40, cambió por gol una penal que Cuéllar le había cometido a Maximiliano Meza. El joven de 18 años posiblemente no vuelva a sentir tanta presión como la que le bajó al hacerse cargo del disparo.
El segundo tiempo tomó otros carriles. Tras diez minutos de idas y vueltas, Independiente quedó parado para la contra. Vinicius Júnior, que ya fue comprado por Real Madrid, entró para darle vértigo al equipo de Reinaldo Rueda, que estaba empantanado. En su primer intento ya había encendido a la gente. Flamengo, al borde de la desesperación, se entregó en la defensa. Así fue como Barco, Meza y Gigliotti empezaron a encontrar los espacios. A los 13 minutos, el propio Gigliotti, por la izquierda, ganó bien la posición, se fue contra César y la picó: su disparo fue despejado por Juan sobre la línea. Fue increíble. Sobre el final, en el lapso de dos minutos, Gigliotti y Albertengo desperdiciaron increíblemente dos jugadas . Faltaba una más: a los 43, el ex Boca volvería a errar.
Durante los últimos minutos el nerviosismo alcanzó niveles intolerables. El local no podía llegar con claridad y el conjunto de Holan erraba las que generaba. Flamengo tuvo la última, pero no le alcanzó. Independiente, después de eso, volvió a ser.